Bagan, la de las mil pagodas

Que la gran mayoría de los viajeros se atrevan a afirmar, cada día que pasan en la anciana Bagan (conocida actualmente como Pagan), que acaban de grabar en su retina el más bonito atardecer de su vida ya dice bastante de este lugar. Pero si no fuera suficiente, hay que añadir una planicie donde se levantan 4.400 pagodas y uno de los países con la idiosincrasia más peculiar del globo. Consecuencia: la visita a Bagan se torna inevitable.

Con tan rotunda afirmación, poco costará creer que en cada vehículo que pase por la ciudad se apeen tantas personas. Si bien puede alcanzarse en avión, tren, autobús o barco, este último es el más recomendable tanto por sus vistas como por revivir parte de los trayectos que George Orwell recogió en su obra «Los días de Birmania» y que aún hoy sigue inspirando el desplazamiento al país de muchos turistas.

Antes de que Birmania (rebautizada Myanmar) constituyera sus fronteras tal y como se conocen hoy día, un popurrí de reinos se esparcían por este territorio. Destacaba el de Pagan, uno de los más prolíficos del sudeste asiático por sus avances técnicos, legislativos y religiosos, y en el que convivían varios grupos étnicos. Pese a la majestuosidad que aún desprende, Bagan no presenta si no las ruinas de su capital, donde otrora se erigiesen más de 10.000 pagodas y estupas, y unos mil templos. Desgraciadamente, guerras, terremotos, saqueos y la acción del tiempo apenas han dejado en pie algo menos de la mitad. Sin embargo, por la mezcla del marrón rojizo característico de los ladrillos de estas construcciones, con los tonos desérticos de la naturaleza que le rodea, no es de extrañar que no pocos hayan definido al paisaje Bagan, literalmente, como un lugar «sacado de un decorado de la mismísima Guerra de las Galaxias».

Desplazarse por Bagan es sencillo. Con total seguridad el alojamiento será en Nyaung-U si se dispone de un presupuesto modesto, o bien en Bagan Old Town, donde se encuentran hoteles de mayor calidad. En ambos se alquilan bicicletas, motos o calesas tiradas por burros, y con ellos se pueden recorrer los numerosos caminos que recorren todo el complejo. Merece la pena perderse a pie, por la posibilidad de entrar, cual explorador, entre los pasillos y escaleras de las pagodas pequeñas. Los madrugadores (advertidos quedan los que no lo son para que se sacrifiquen) podrán disfrutar de unas vistas de altura, tanta como permiten los globos aerostáticos que pueden tomarse, justo antes del amanecer, para recibir el día sobrevolando los templos.

Si bien hemos mencionado el exterior de los templos, no hay que desmerecer su interior. No son pocas las pagodas en las que siguen quedando originales estatuas de Buda, y muchas de ellas sorprenden con murales que han sobrevivido a la humedad a lo largo de los siglos. Dhammayangyi, Ananda, Thatbyinnyu y Htilominlo son los templos mayores (tanto en importancia como en tamaño) todavía con vida, ya que a ellos siguen acudiendo peregrinos de todo el país.

No hay que perderse las reliquias que guardan en su interior, ni dejar de andar por sus pasillos con estatuas del siglo XIII marcando el camino. Las piezas que faltan se encuentran en el Museo de Arqueología de Bagan, donde la joya de la corona es la piedra de Myazedi, una ‘prima’ de la piedra Rosseta que permitió descifrar varios de los lenguajes de la época gloriosa del Reino de Pagan.

El sol se va entre infusiones

El plato fuerte del día consiste en subir poco antes del atardecer a una de las pagodas más grandes y ver cómo el cielo juega a degradar sus colores en una variada gama de naranjas y amarillos que se reflejan en las puntiagudas cúpulas y se entremezclan con el polvo que los carros de bueyes levantan en los caminos cercanos. La prueba manifiesta de la grandiosidad del espectáculo es el silencio de sus espectadores, sobrecogidos, que como si de una obra de teatro se tratase acaban aplaudiendo poco antes de partir.

Mi recomendación personal es alejarse de las pagodas masificadas y trepar a alguna otra aledaña. Al estar normalmente vigiladas por alguna familia, al encanto del propio atardecer habrá que sumarle el compartir algún té o la propia cena con ellos, que además suelen aderezar de muchas sonrisas e historias locales… de las que escapan a las guías turísticas.Con tan rotunda afirmación, poco costará creer que en cada vehículo que pase por la ciudad se apeen tantas personas. Si bien puede alcanzarse en avión, tren, autobús o barco, este último es el más recomendable tanto por sus vistas como por revivir parte de los trayectos que George Orwell recogió en su obra «Los días de Birmania» y que aún hoy sigue inspirando el desplazamiento al país de muchos turistas.

Antes de que Birmania (rebautizada Myanmar) constituyera sus fronteras tal y como se conocen hoy día, un popurrí de reinos se esparcían por este territorio. Destacaba el de Pagan, uno de los más prolíficos del sudeste asiático por sus avances técnicos, legislativos y religiosos, y en el que convivían varios grupos étnicos. Pese a la majestuosidad que aún desprende, Bagan no presenta si no las ruinas de su capital, donde otrora se erigiesen más de 10.000 pagodas y estupas, y unos mil templos. Desgraciadamente, guerras, terremotos, saqueos y la acción del tiempo apenas han dejado en pie algo menos de la mitad. Sin embargo, por la mezcla del marrón rojizo característico de los ladrillos de estas construcciones, con los tonos desérticos de la naturaleza que le rodea, no es de extrañar que no pocos hayan definido al paisaje Bagan, literalmente, como un lugar «sacado de un decorado de la mismísima Guerra de las Galaxias».

Desplazarse por Bagan es sencillo. Con total seguridad el alojamiento será en Nyaung-U si se dispone de un presupuesto modesto, o bien en Bagan Old Town, donde se encuentran hoteles de mayor calidad. En ambos se alquilan bicicletas, motos o calesas tiradas por burros, y con ellos se pueden recorrer los numerosos caminos que recorren todo el complejo. Merece la pena perderse a pie, por la posibilidad de entrar, cual explorador, entre los pasillos y escaleras de las pagodas pequeñas. Los madrugadores (advertidos quedan los que no lo son para que se sacrifiquen) podrán disfrutar de unas vistas de altura, tanta como permiten los globos aerostáticos que pueden tomarse, justo antes del amanecer, para recibir el día sobrevolando los templos.

Si bien hemos mencionado el exterior de los templos, no hay que desmerecer su interior. No son pocas las pagodas en las que siguen quedando originales estatuas de Buda, y muchas de ellas sorprenden con murales que han sobrevivido a la humedad a lo largo de los siglos. Dhammayangyi, Ananda, Thatbyinnyu y Htilominlo son los templos mayores (tanto en importancia como en tamaño) todavía con vida, ya que a ellos siguen acudiendo peregrinos de todo el país.

No hay que perderse las reliquias que guardan en su interior, ni dejar de andar por sus pasillos con estatuas del siglo XIII marcando el camino. Las piezas que faltan se encuentran en el Museo de Arqueología de Bagan, donde la joya de la corona es la piedra de Myazedi, una ‘prima’ de la piedra Rosseta que permitió descifrar varios de los lenguajes de la época gloriosa del Reino de Pagan.

Leído en ABC Viajar

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