Burdeos moderno: ni solo vino, ni un solo color

"La Cité du Vin", Burdeos

«La Cité du Vin», Burdeos

Queda oficialmente enterrado el pijerío, el encapsulado estético en el siglo XVIII y las catas sofisticadas. Burdeos ya no es ni un color ni un vino, es una urbe que se busca a sí misma y se ha encontrado a base de desabrocharse el corsé. Su flamante Cité du vin no es solo un brillante Guggenheim, sino que también ejerce de punta del iceberg de una zona portuaria reinventada, modernizada y no apta para engullidores de topicazos.

El enoturismo del mañana

Lo obvio es lo obvio: Burdeos tiene un nuevo monumentazo, un icono, un modelo con el que pasearse por ferias, catálogos y revistas. La Cité du Vin en es un proyecto tan sumamente ambicioso que no se ha quedado corta, ni siquiera para los ojos y narices del enoturista profesional y quisquilloso.

Todo aquí rezuma tecnología y modernidad, desde una arquitectura atrevida con una forma sinuosa que busca imitar la forma del vino cuando se le menea en la copa para sacar sus matices olfativos hasta la última farola de su coqueto parque.

Se trata de un centro de interpretación global donde la D.O. famosa de esta región no es la protagonista. Aquí se habla de vino, desde las nuevas plantaciones en San Luís (Argentina) hasta las bodegas georgianas donde se sigue fermentando el vino al estilo persa en tinajas enterradas en la tierra. La visita está vertebrada por una audioguía interactiva que se conecta directamente con las diferentes mesas, vídeos, experiencias 3D y 4D y con los juegos que se plantean en sus modernas salas.

Una especie de Futuroscope (parque temático en el que desarrolló su actual director general, Phillipe Massol) pero aplicado al vino en el que no falta una sala de catas-mirador en lo más alto ni una impresionante tienda con todo tipo de referencias en su entrada.

Arte espontáneo

La Cité du Vin no ha hecho sino poner en el mapa toda la zona de los Bassins à Flot, unos estanques que sirvieron como astilleros pero que hoy se resienten por la mudanza de un puerto que hace décadas que se alejó de la ciudad para establecerse en el estuario.

Y, como viene siendo ya costumbre, todas estas zonas empobrecidas han encontrado en la creatividad una nueva forma de sobrevivir y de enriquecer su ADN.

El caso más flagrante, underground y complejo es el de Les Vivres de l’Art, un proyecto liderado por el escultor Jean-François Buisson que consiste en ala reconversión del antiguo matadero en un espacio de arte libre con jardín, taller, conciertos, fiestas y salas de exposiciones que son un auténtico caos.

Más civilizado es el Frac Aquitania, un espacio impulsado por el gobierno regional en el que exponen las jóvenes promesas de la fotografía, la pintura y la escultura nacidos en la zona o con claras reminiscencias a ella en sus obras. Una sala de acceso gratuito, entretenida y que le da vida a las antiguas oficinas de los Bassins.

Por último La Garage Moderne es, efectivamente, un taller de coches que rinde pleitesía a los modelos antiguos. Del remolino que iba surgiendo en torno al universo pop de la carretera y el diseño de automóviles nació el lado cultural de este centro, que actualmente organiza charlas, conciertos, saraos y verbenas imprescindibles.

De los submarinos nazis al videoarte

No obstante, de todos nuevos habitantes de los viejos estanques, el más inquietante es la mole de hormigón de la base submarina que los nazis mandaron construir. Cabe reseñar que lo que hicieron fue dar órdenes ya que la mano de obra fue, principalmente, de resistentes franceses y republicanos españoles, un dato que se recuerda con la bandera tricolor de la II República en su puerta.

Al margen de este dato, las instalaciones resultan impresionantes, indestructibles y solitarias. De ahí que se haya tenido que repoblar con arte contemporáneo, en concreto, con arte audiovisual y luminoso ya que los gruesos muros ejercen de pantalla carismática.

El bosque hecho estadio

El frikismo arquitectónico inspirado por Parque de Exposiciones y la organización de ferias siempre fueron los principales argumentos para subir al lago artificial del norte de la ciudad. A ellos se le ha sumado recientemente el nuevo estadio Matmut Atlantique, sede de la Eurocopa y joya de la corona de la arquitectura deportiva firmada por Herzog & de Meuron.

Todo ello es diseño ya que el equipo local apenas cuenta con historia, logros y reliquias, pero aún así merece la pena conocerlos. Su principal elemento son las cientos de columnas que lo sujetan y que juegan con extender las arboledas de los alrededores hasta el mismísimo terreno de juego.

Una solución sencilla que demuestra que no hay que envolver los edificios en purpurina para resultar creativos.

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