La costa nordeste de Brasil

Parque Nacional dos Lençóis MaranhensesA lo largo de la historia ha habido innumerables guerras entre naciones para conseguir un pedazo de costa, una salida al mar, por pequeña que fuera. Algunos aún hoy se lamentan de haber perdido su ración de océano, como Bolivia, que curiosamente mantiene una fuerza naval que se adiestra en el lago Titicaca. Otros, en cambio, parecen no ser plenamente conscientes de lo afortunados que son por tener mar.

Uno de estos últimos casos es Brasil. El coloso sudamericano tiene más de siete mil kilómetros de costa, desde la Guayana francesa hasta Uruguay; y representa uno de los paisajes más bellos –y olvidados– del país.

La costa del nordeste de Brasil se traduce en kilométricas playas solitarias, pueblos humildes y sobre todo sol y calor.

Podemos atacar este tramo desde São Luís, la única capital colonial de origen francés. La capital de Maranhão –cuyo centro fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1997– es una bonita ciudad abandonada a su suerte que cuenta con más de 3.500 edificios monumentales. Merece la pena pasear por sus irregulares calles y visitar casas de arquitectura luso-brasileña como el Palacio La Ravardiére o el Convento de las Mercedes.

Si nos encontramos en junio podemos presenciar un gran espectáculo: el bumba meu boi (levántate, mi buey), un ritual folclórico de origen indígena típico de la región.

Sin embargo, quien aterriza aquí tiene en mente otro destino situado a cuatro horas en autobús: el Parque Nacional dos Lençóis Maranhenses.

Los lençóis (sábanas en portugués) son un auténtico paraíso terrestre, un espectáculo visual difícil de superar. Se trata de un pequeño desierto ondulado que desemboca en el Atlántico, moteado de lagunas de aguas azules, producto de toda una temporada de lluvias.

La mejor época para ir es de junio a setiembre, ya que durante la estación seca el agua de los lençóis se evapora. Para llegar hasta aquí es preciso subirse a un jeep turístico, pero merece la pena. Una vez allí se puede dar un solitario paseo entre dunas y chapotear en las cristalinas aguas dulces mientras tiene lugar una de las mejores puestas de sol posible.

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