Los pueblos más bonitos del Norte de Portugal

Castillo de Chaves, Portugal

Castillo de Chaves, Portugal

Ese cariño, respeto y admiración que tenemos por nuestro hermano peninsular lo merece. Elegir los 10 pueblos más hermosos de su geografía es imposible, así que aquí lo haremos con los que están por encima del Tajo para demostrar que no solo compartimos ríos, también maquillaje rural. Porque sí, nos parecemos, pero encima es que en Portugal parecen haber sabido sacar más partido a las pequeñas poblaciones, haciéndolas más duras al paso del tiempo y por lo tanto, más bellas.

Ericeira

Los 1.793 kilómetros de costa que tiene Portugal merecen un lugar como este. A esas playas surferas y salvajes el pueblo le aporta una buena dosis de arquitectura popular colorida (benditos azulejos) y pequeños amarres pesqueros. También ayuda ese carácter de ciudad defensiva con un par de baluartes que hoy sirven más para el paseo y para rematar la foto. Y si el tiempo se complica siempre quedarán sus pequeñas capillas repartidas por el pueblo y que le ponen una dosis de arte e historia a lo que se presumía una escapadita playera.

Batalha

Flanqueada por las últimas estribaciones del macizo calcáreo extremeños aparece este pueblo dominado completamente por su monasterio de Santa María de la Victoria. Este espectacular templo está hecho más para impresionar que para conmemorar una victoria bélica. Desde sus espectaculares vidrieras hasta su claustro, todo en ese estilo gótico manuelino propio de Portugal. El resto de la localidad bebe del tráfico de turistas respetando a su monumento máximo con un urbanismo basado en la piedra y en la teja. Que nadie se despiste buscando su bien más preciado.

Chaves

En esta población norteña el que manda es el río Tamega. Con razón, puesto que le dio al pueblo una ribera bonita que éste sublimó desde tiempos inmemoriale. Los romanos plantaron aquí un señor puente y desde entonces fue un nudo de comunicaciones con parada clave por sus balnearios, de exquisita arquitectura art-decó. Pero ante la tentación de pasarse en remojo todo el día, Chaves propone un casco antiguo medieval, un castillo aparente y sobre todo unas callejuelas psicodélicas con casas de todos los colores. La Rúa Direita simplemente es una carta de ajuste hecha calle.

Santarém

Justo en la ribera norte del Tajo, Santarém tiene ese encanto de ciudad venida a menos donde sigue brillando la estampa de su castillo defensivo, importante en la defensa de su ribera. Con solo esa estampa ya invita a ser visitada y por ello ofrece mucho más. En principio, todo un show de folclore luso, donde destaca la importancia de la tauromaquia, las casas coloridas que recuerdan a un estilo colonial y algún que otro azulejo asomando en cualquier esquina. Y luego el honor de ser la capital del gótico en Portugal.

Óbidos

Al grano, estamos ante el pueblo más espectacular de las tierras vecinas. Su gracia está en combinar a la perfección los estampados de moda entre los pueblos peninsulares. Por un lado la sillería pedregosa de su castillo, un gigante con muchos torreones que pone en firme a la población. Sus brazos se extienden en forma de murallas que el Siglo XXI cruza como si nada por puertas fotogénicas. Y luego encima cuida a su potente reclamo con casitas blancas y calles empedradas de estilo andaluz.

Alcobaça

Por mucho que sus calles de fachadas blancas y aceras anchas inviten a patear este pueblo y dejarse cuidar en una terraza, Alcobaça es y siempre será su magnífico monasterio. Lo tiene todo, desde la marca infalibe de ser Patrimonio de la Humanidad hasta el récord de el más grande de estilo cisterciense. Su gótico es del que gusta a todo el mundo, tan épico, flamígero y medieval que se luce sobre todo en las tumbas de los diferentes reyes aunque también se le notan ciertos toques moriscos. Y por fuera, una portada gigantesca en una plaza diáfana que da lustre y relevancia al monumento.

Tomar

Situado en el corazón de Portugal, la gracia de Tomar está en su patrimonio y en cómo el resto de las calles lo llevan con orgullo, siendo mucho más que un amalgama de monumentos y tiendas de souvenirs. La vida se hace entre el río y sus puentes y las murallas del castillo templario en lo más alto. Aquí toma protagonismo el blanco y los azulejos, el gusto por el Renacimiento portugués y por el orgullo de haber visto crecer y haber financiado a Enrique el Navegante. Y luego está su famoso convento de Cristo, protegido por la fortaleza desde donde destaca y domina el resto del pueblo. Hay que visitarlo porque, queramos o no (y distinciones UNESCO al margen), el gótico y el barroco son capaces de asombrar hasta a los ojos más minimalistas. 

Valença do Minho

“¡Que vienen los españoles!” Debieron pensar en esta localidad que se levanta a orillas del Miño en plena frontera con Galicia. Por eso creció al abrigo de una fortaleza formada por varios módulos en forma de estrella. Dentro todo es historia y está mimado a la perfección con calles ratoneras plagadas de tiendas ya que es una de las mecas del turismo de compras en Portugal. Pero entre toallas, sábanas y carteles de descuentos brilla esa esencia medieval, esas puertas que se atraviesan como si se fuera un cruzado que vuelve de Tierra Santa en pos de llegar a sitios tan especiales como la Iglesia de Santa María de los Ángeles.

Monsanto

Érase una vez un pueblo chiquito que crecía haciendo equilibrios encima de una mole granítica. Esta es la cara y, a su vez, la cruz de un lugar que no ha podido (ni querido) modernizarse debido a su inmejorable situación, dominando la frontera con Extremadura. Dicho esto, Monsanto no se conformó con aguantar ahí y punto excavando en la roca y conviviendo con las grandes bolas de piedra. Por eso no es difícil encontrar rincones delicados como la torre de Lucano, la iglesa da Misericórdia o la noble plaza de la cruz.

Lamego

Lamego logra salir victoriosa de una batalla complicada: luchar contra la todopoderosa marca Douro. El río vinícola por excelencia no solo baña esta coqueta mini-ciudad si no que encima le da la prosperidad de sus vinos, ya que está dentro de la D.O. Oporto. Y sin embargo, Lamego es mucho más. Empezando por su religiosidad causada por ser sede diocesana y que se traduce en una catedral austera y antiquísima. Pero la joya de la corona obispal es Nossa Senhora dos Remédios, un centro de peregrinación rococó que tiene todo lo que se le pide a una iglesia portuguesa: arabescos de piedra, una escalera emperifollada y unos azulejos resolviendo cualquier duda sobre la nacionalidad del sitio.

Leído en Traveler

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