Seis pequeñas aventuras en Las Merindades, Burgos

La ciudad medieval de Frías

La ciudad medieval de Frías, en las Merindades burgalesas (By Álvaro / Flickr)

Esta comarca burgalesa tiene nombre medieval, caprichos geográficos, frontera con medio norte y un ruralismo virgen que la convierte en una objeto de deseo para urbanitas.

Y con un aliciente más: aún no ha sucumbido de forma exagerada a la sobredosis de casas rurales ni a la conversión del turista en guiri.

De ahí que aún haya algo de salvajismo en ella y de Livingston y Stanley en el que la visita. Sobre todo, porque en apenas 2.821 kilómetros cuadrados las pequeñas expediciones abundan.

1. Cruzar el arco  natural de Puentedey

El río Nela es tan caprichoso (o vago) que a su paso por esta localidad prefirió esculpir que regatear las rocas. Las estribaciones septentrionales de esa región son un cúmulo de rarezas orográficas que tiene en este punto uno de sus mayores filones.

Y lo mejor de todo es que la vida se ha desarrollado en sus calles con la santa inconsciencia de que el pueblo se levanta sobre el vano de un arco, como si no hubiera un mejor lugar.

El resultado es la estupefacción y maravilla por parte de cualquier forastero. Cuando se supera el primer shock y el escarceo por la cueva que abre el cauce es el momento de subir y descubrir que lo que hay arriba es real.

Aunque apenas son varias calles paralelas ratoneras, algunos iconos magnéticos como la iglesia de San Pelayo fijan el camino y sorprenden con algunos restos románicos como su tímpano, donde se representa a un guerrero que lucha con una serpiente.

El otro principal monumento es el palacio de los Fernández de Brizuela, una familia que ostentó cargos públicos en la región y que levantó esta casona que está a mitad de camino entre la fortificación y la residencia.

Un combo perfecto para mostrar poder y buen gusto que, en cierto modo, desentona con la tónica de casitas chiquitas y humildes.

Y, sin embargo, reina por su magnificencia aunque hoy en día esté cerrada a cal y canto y solo consiga hacer salivar a todos aquellos que sueñan con tener un Relais & Châteaux propio.

2. Sumergirse en Ojo Guareña

Este conjunto kárstico viene a ser el gran queso Emmental de las montañas españolas. Un laberinto de cuevas, hallazgos cavernarios y túneles que han servido de cobijo y leyenda para miles de generaciones.

Vamos, que se trata de un paraíso para la espeleología con más de 110 kilómetros conocidos así como para el curioseo que también tiene sus pequeñas atracciones para todos los públicos que la hacen disfrutable, segura y agradable.

La ermita de San Bernabé y la Cueva Palomera ejercen de hall de bienvenida para el visitante medio. Se trata de una simbiosis de monumento natural y religioso situado en el abrigo de la roca en el que se puede disfrutar, en un mismo paseo, de las formaciones naturales bajo tierra y de las pinturas rupestres con las que se decora el templo.

Un viaje desde elementos hasta el arte, como si se tratara de la propia evolución del ser humano ejemplificado en un coqueto milagro rural.

3. Restaurar el monasterio de Santa María de Rioseco

Aquí todo es místico, romántico (en su acepción más inglesa) y hasta lúgubre. Encontrar este impresionante conjunto religioso implica no ser un turista más y andar con los ojos bien abiertos cuando se remonta el valle de Manzanedo.

Sobre un Ebro gruñón se levantan las columnas que quedan del que un día fue uno de los monasterios cistercienses más espectaculares de la Península. Un delirio gótico de grandes proporciones que fue condenado al olvido y a la ruina tras la desamortización de Mendizábal.

Hay quien piensa que su abandono es su principal atractivo hoy en día, ya que las columnas, los arcos y los capiteles tienen como cielo el mismísimo firmamento, con el plus de belleza e inquietud que eso le supone.

No obstante, visitarlo en sí mismo solo se puede hacer durante los meses de verano y en visitas guiadas debido a su mal estado de conservación. Algo contra lo que está luchando la iniciativa Salvemos Rioseco, que busca restaurar este monumento con dos intenciones claras: explicar la grandeza de esta pequeña ciudad monástica y enseñarla para revitalizar su gloria, su importancia y su magnetismo turístico.

4. Visitar la cascada más alta de España

Justo en la frontera con Álava, accediendo desde Berberana, se encuentra el Salto del Nervión, una maravilla natural que serviría como destino de cualquier anciano que sueñe con emular al de Up.

Sus 222 metros de altura son el dato objetivo de lo que se acaba convirtiendo en un show ante los ojos del que hasta aquí llega. Un pequeño hito aventurero que pide a gritos sobrevolarlo en un Dron y que es solo el primer desnivel que vence un río que se acaba convirtiendo en una ría bien acompañada en Bilbao.

Más allá de conocer la a recordwoman, las Merindades esconden otras cascadas que, sea por su altura o por su anchura, trazan una ruta entretenida y épica.

En este sinfín de propuestas, las más llamativas son las de la Mea (en Puentedey) también por su impresionante y kamikaze salto, el valle de Mena con su sucesión de saltos finos y cascadas gordotas, la de las Pisas (Soncillo) y su aparición bucólica entre hayas y duendes o la de Pedrosa de Tobalina, donde el agua del Jerea ruge con fuerza y da un brinco de 12 metros con una apariencia algo niagaresca.

5. Conquistar castillos

Al ser un territorio fronterizo y de duro carácter feudal, toda la región se viste de castillos y torres defensivas con las que se mantenía el poder sobre los pequeños latifundios. Hoy en día, más allá de alguna broma o rencilla ancestral, estas diferentes castas han desaparecido y sus hogares sirven como referencia turística para estas localidades.

El más llamativo es el Alcázar de los Condestables de Medina de Pomar, el punto más significativo del recinto amurallado que rodeaba este municipio y que ahora sobrevive entre las pequeñas casas con una sorprendente gallardía.

Su visita supone entender cómo era aquella vida de estamentos y cómo en la Baja Edad Media estos mostrencos defensivos buscaban, también, la comodidad de sus señores.

Por su parte, en Trespaderne se encuentra el considerado como castillo más antiguo de Castilla. De la v apenas queda el trazado de sus murallas y muros, pero el hecho de datar del siglo V y de tener un origen romano la hace ser un hito especial para arqueólogos y curiosos.

Otros baluartes imprescindibles son la casa fortaleza de Quintana de Valdivieso y su particular forma de reinar entre el prado o la curiosidad del Castillo de las Cuevas en Cebolleros, una construcción moderna llevada a cabo de forma improvisada por Serafín Villarán, quien en sus vacaciones decidió levantar una construcción sobre una oquedad que tuviera como inspiración el imaginario medieval (y también el modernista).

6. Coronar Frías

Sí, se podría considerar el pueblo más bello de toda la región así como su pequeña capital turística.

Su localización milagrosa, en lo alto de un cerro vertiginoso, le convierte en objetivo de flashes y escenas imaginarias entre Lannisters y Baratheons en lo que es la Capilla Sixtina española de lo épico.

Visitarlo supone conquistar su castillo, disfrutar de las vistas, curiosear en la sorprendente y monumental iglesia de San Vicente o divisar desde diferentes miradores sus casas colgadas.

A todo ello hay que añadirle el paseo por las callejuelas, sus fachadas de entramado visto y su inventario de tiendas de souvenirs y carnicerías con las que se abre el apetito.

Dos pequeñas visitas extramuros rematan la experiencia. La primera es bajar hasta el Ebro para atravesarlo por su puente medieval, uno de esos en los que sería imposible no filmar una escena bélica de espadas, caballos y bayonetas si la región se moviera más y tuviera su propia film comission.

La segunda es escaparse hasta Tobera para encontrar la paz junto a la ermita de Santa María de la Hoz, donde conviene peregrinar en silencio por su pequeño puente, alcanzar la iglesia y luego descender hasta el pueblo siguiendo el curso del río y las pequeñas cascaditas que deja a su paso.

Si fuera más idílico ya lo habría patentado Disney.

Leído en Traveler

 

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