Somontano, mucho más que vino

Aunque explorar esta bella comarca del corazón de Huesca supone saltar de bodega en bodega entre viñedos infinitos, otros muchos placeres mundanos aguardan en su visita. Por ejemplo, admirar su paisaje jalonado de gargantas y ríos, perderse por sus villas medievales trazadas en piedra, aventurarse en deportes al aire libre o deleitarse al fin con su gastronomía, sólo apta para paladares exigentes.

Encajada entre las cumbres blancas de los Pirineos y las desérticas llanuras monegrinas, Somontano es tierra de vinos. Así lo atestigua su territorio alfombrado de viñas que da nombre y cuerpo a una de las más jóvenes –pero prestigiosas- D.O. de España, y también una de las primeras en fomentar el enoturismo. Porque esta comarca del centro de Huesca tuvo el acierto de hacer de su vino un arte y convertirlo en su mayor orgullo. Y para ello abrió sus bodegas al público, imaginó nuevas propuestas y diseñó un itinerario completo por lo mejor de su patrimonio. 

Emprender la Ruta del Vino de Somontano, integrada en la marca Enoturismo Aragón,  supone conocer algunas de las bodegas más emblemáticas del territorio patrio. Desde la más antigua, Lalane, en una afrancesada casa solariega; hasta la más ultramoderna, Irius, con su edificio de vidrio y acero que se asemeja a una nave espacial. Y pasando por Blecua, Enate, Pirineos… todas a poca distancia y cada una con su personalidad tanto en su forma como en sus caldos.

Hay mucho por ver y hacer en esta tierra

Pero más allá de las catedrales del vino, hay mucho por ver y hacer en esta tierra agraciada con bellezas naturales como el Parque Natural de la Sierra y los Cañones de Guara, todo un imán para los amantes del senderismo y los deportes de aventura.

Esculpido durante millones de años por el agua y el viento, este paisaje de profundas gargantas, fisuras y oquedades que albergan una de las colonias de aves rapaces más importantes de Europa, ofrece la posibilidad de hacer barranquismo, descenso de cañones, paseos a pie o en bicicleta… e incluso admirar el arte rupestre en sus más de 60 abrigos con pinturas prehistóricas.

Sus pintorescos pueblos resultan tan tentadores como su entorno natural. Barbastro, la capital, presume de catedral y de una animación sin tregua en su bulevar arbolado plagado de terracitas. Pero el encanto de postal se lo lleva Alquézar, asentado sobre la arista de una montaña y con un laberinto de casas abigarradas, un sube y baja de callejuelas de piedra que conducen a la Colegiata de Santa María la Mayor, antaño fortaleza y hoy Monumento Nacional.

Pero si hay un capítulo en el que esta comarca se muestra especialmente generosa, éste es el de la gastronomía, para la que los vinos ejercen de perfecto complemento. Sería un pecado abandonar esta tierra sin degustar el sabroso ternasco de Aragón, el tomate rosa, las longanizas, las chiretas, y la famosa borraja. Casa Pardina. en Alquézar, es un lugar inolvidable para los ojos, por sus imponentes vistas sobre el cañón, y también para el paladar, como dan cuenta sus dos menús con los placeres culinarios que distinguen a esta comarca que es mucho más que vino.

Leído en Marabilias

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