Tierras de Pontevedra, donde las piedras cuentan historias

A diferencia de otras capitales gallegas, que cuentan con emblemáticos faros, murallas o catedrales, Pontevedra no hace alarde excesivo de sus encantos, parece que quisiera reservarse únicamente a los viajeros suficientemente curiosos.

Podría presumir la capital de las Rías Baixas de ser el centro neurálgico de una de las comarcas más sorprendentes de toda España, Terras de Pontevedra. Pero no hace falta, porque aquí hablan las piedras: las de sus plazas, sus petroglifos o las de los hórreos que miran al mar.

De plaza en plaza, pisando las piedras de Pontevedra

Pontevedra tiene un casco histórico vivo. Vibrante, bullicioso, bien conservado. Es fácil perderse de plaza en plaza, algunas de las cuales mantienen los nombres de los mercados semanales que aquí se celebraban.

Por ejemplo, la de la Verdura, donde se encuentra la Oficina de Turismo, asomada a las terrazas de cañas y tapas a mediodía, a los soportales de cafés en días lluviosos, y al mercadillo de antigüedades de los domingos.

En estos pórticos de la plaza de la Verdura se conserva una elegante farmacia decimonónica que fue escenario de la serie televisiva Los Gozos y las Sombras. Merece la pena entrar un momento, porque el ambiente es el mismo que entonces. Justo aquí, de un café a la sombra de estas piedras, nació el eslogan ‘Pontevedra es un amor’. Lo es, un amor de ciudad.

Basta preguntar a cualquiera de sus habitantes, incluyendo al loro Bico –beso, en gallego-, que alegra las mañanas en la panadería Abelleira, en una calle cercana. No es el único pájaro célebre de Pontevedra. Mucho antes lo fue el loro Ravachol, testigo de tertulias literarias en la rebotica de Perfecto Feijoo, y que hoy la ciudad homenajea frente a la basílica de la Peregrina.

El estimado pájaro dejó este mundo un Martes de Carnaval de 1913, y cuentan las crónicas que su funeral duró tres días con sus noches. Ahora, cada año por estas fiestas, su estatua se disfraza de crítica social, y cien años después Visit Pontevedra ha adoptado a Ravachol como embajador de la ciudad por el mundo.

Los pontevedreses viven en la calle, en sus plazas. No importa si llueve, porque esta ciudad de piedra mantiene muchos de sus soportales de granito. Sin embargo, el tiempo sorprende a menudo al viajero con un sol espléndido en pleno invierno.

No hay que perderse la de la Leña, coqueta como ella sola, perfecta para un vermut antes de comer o para tapear por la noche. La imponente plaza de la Ferrería, con sus camelias blancas, espléndidas sobre todo en enero y febrero.

Por aquí se encuentran algunos cafés de toda la vida, como el Savoy, el Carabela y San Francisco. El enorme edificio del fondo, donde estaba la Delegación de Hacienda, sería un lugar perfecto para un gran hotel de cinco estrellas. Pontevedra se lo merece. Ciudad señorial donde las haya, fue la tercera de España en contar con luz eléctrica.

La de Teucro, que lleva el nombre del fundador de la ciudad, era antes la plaza del Pan. Cada mañana se transforma en patio de colegio, el del San José, y cada noche en zona de tapas. Y aquí está el mayor escudo de esta ciudad blasonada, que cuenta con más de sesenta en sus fachadas de piedra.

Caminando entre una y otra, calle abajo, calle arriba por el casco antiguo, una parada para tomar el primer vaso de albariño con una tapa de queso de tetilla que sabe a gloria. Navajas, berberechos, un pulpo á feira, pimientos de Padrón y unos jurelitos como solo saben hacerlos aquí. En cualquiera de los locales de la zona vieja, que hay muchos y muy buenos.

Leído en Expresso.Info

 

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